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Después del trekking por los arrozales de Batad que ha quedado plasmado en este post, regresé a la cima del pueblo, donde me iba a alojar esa misma noche. En cuanto regresé me vi sorprendido por una fuerte lluvia que me obligó a quedarme lo que quedaba de tarde por los alrededores de la pequeña casa filipina. Aproveché para comentar con la gente local la ruta a las Tappiya Falls que esa mañana no había podido hacer debido a que «el camino estaba cerrado».
Tras ver sus caras extrañadas y sus comentarios de que «si se podía pasar, aunque lo estuviesen arreglando» decidí madrugar al día siguiente siguiendo los horarios filipinos y estar en pie cuando el sol comenzaba a asomar por el horizonte (algo que gracias al jet lag que llevaba encima, no me dio ningún problema).
El trekking a las Tappiya Falls o a las Cascadas Tappiya parte desde el mismo pueblo de Batad, atraviesa el pequeño pueblo y recorre todos los arrozales que quedan a la izquierda del valle. Para comenzar la ruta es necesario llegar hasta la pequeña escuela del pueblo y desde ahí descender por el camino que baja. Siguiendo el camino veremos varias indiciaciones para llegar, e incluso en caso de que perdamos el rumbo los amables locales nos echarán un cable para llegar a nuestro destino.
A medida que vamos saliendo del pequeño pueblo de Batad vemos que cómo van desapareciendo progresivamente todas las toscas edificaciones que están repartidas a lo largo del valle, cómo va aumentando la densa vegetación y cómo finalmente llegamos a un espacio abierto dominado por los extensos arrozales exentos de sombras bajo las que cobijarse del abrasador sol filipino.
Y así, poco a poco voy avanzando por los arrozales, cruzándome con las interminables sonrisas de aquellos que cultivan esos parajes alejados de las abarrotadas ciudades y que no necesitan otra cosa para ser felices. Este recorrido sube y baja por pequeñas piedras superpuestas como escalones, serpentea entre las inundadas terrazas y en un punto el camino se divide: hacia las Tappiya Falls (para abajo) y hacia el mirador de los arrozales (para arriba), desde donde podremos obtener una increíble vista de las verdes terrazas, con el pueblo de fondo y las montañas rozando el cielo gris.
Finalmente llegamos a un camino que comienza a descender de forma vertiginosa a través de un valle vecino y con el estridente sonido del río golpeando las rocas en el fondo del mismo. Poco a poco el cálido ambiente se va llenando de un frescor que nos indica una sola cosa: estamos cada vez más cerca de las cascadas. Me encuentro con los famosos (y poco habladores) operarios que se encuentran arreglando el camino, me dejan pasar y tras descender unos escasos metros más, me encuentro ante las imponentes cascadas Tappiya. 30 metros de caída de agua que provoca un atronador sonido y un aura mística para los viajeros que llegan cuando el lugar está totalmente vacío.
Una oportunidad perfecta para tomar un baño y refrescarnos después de la ruta, relajarnos y dejar que la sensación de estar en una novela de aventuras en las misteriosas y remotas tierras del norte Filipinas, nos inunde por dentro.
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